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lunes, 13 de junio de 2011

besar más.

Cuando me besó, le besé, y el me besó, y yo le besé, y me besó, y le besé y el mundo se hizo líquido, caliente, pequeño, tenía la piel suave, y la lengua dulce, todo era suave y dulce, y cabía en la frontera simétrica de nuestros labios pegados, que se despegaban a veces, y se volvían a pegar para encontrar otro sabor que era fresco y a la vez ardía, y yo nunca había besado a nadie así, nunca había sentido esa necesidad implacable de besar, y de besar más, de seguir besando, como si me jugara la vida al borde de la boca, como si más allá del cuerpo que me abrazaba no existiera nada, como si los brazos que me estrechaban me protegieran de un vacío negro y compacto que codiciaba la fuerza de mis propios brazos. La intimidad tenía sonido, pero también un tacto, y un gusto especial, goloso, tan placentero como ningún sabor.

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